domingo, 13 de julio de 2014

10K Nocturna Oropesa de Mar



Dos mojoncicos, miembros del mismo club y de la misma familia, nos acercamos este sábado a la costera localidad de Oropesa del Mar para correr su primera 10 k nocturna. Desde nuestro stage de concentración, en Vinaroz, planteamos la estrategia de actuación, que consistía básicamente en adaptarse al inusual horario (salida a las 22 h.) y, sobre todo, al previsible hándicap de la humedad y el calor. José se marcaba como reto bajar de los 40 minutos, siguiendo la línea de actuación de los últimos tiempos. Por mi parte, tras casi 14 meses sin participar en ninguna carrera a excepción de la II Chipranesca-, el objetivo era seguir recuperando sensaciones, dar un paso definitivo, más psicológico ya que físico, a la hora de olvidar la lesión que me produje en la media maratón de Zaragoza 2013.

Instantes previos a la salida
 En la línea de salida, a punto de iniciarse la carrera, un compañero nos advierte de que el trazado es en líneas generales muy plano, salvo un repecho de 600 metros que hay que sortear en el kilómetro 8. Tomamos nota, nos deseamos suerte y cada mochuelo a su olivo. 

Con unos cuantos minutos de retraso, y una salida un tanto caótica, comienza la carrera, que congregó a más de 450 runners. Primer kilómetro serpenteando por algunas de las avenidas más turísticas de la ciudad, llenas de gente que, en un ambiente festivo, anima con entusiasmo. Veladores a tope de guiris, killos y gente de diverso pelaje. José se sitúa en posiciones punteras, con la que posteriormente será la mejor mujer de la carrera, mientras que yo adopto una postura prudente, dejando que me adelanten un gran número de corredores y buscando, como el protagonista del magnífico libro de Alan Sillitoe, la soledad del corredor de fondo. 

Tras los dos primeros kilómetros, cubiertos a 5'20" cada uno, decido bajar un poco el ritmo porque la humedad y el cansancio de todo un día de playa y piscina provocan que no me sienta cómodo y que las piernas me pesen como dos troncos de olivera. Cubro el tercer kilómetro en casi 6 minutos, que nos ha llevado a las afueras de la población, zonas residenciales, con muy poca gente y el telón de fondo de las luces de neón que anuncian varios hoteles supermegaguays. A partir del kilómetro 4 empiezo a adelantar a alguno de los que al principio me sobrepasaron en modo correcaminos. Alguno ha puesto pie en tierra, asfixiado por un calor realmente tremendo. 

A partir del km 5 me uno a la curiosa pareja que forman un padre y su hijo, de unos 12 años de edad, que está corriendo sin dorsal y cumpliendo como una bestia parda, levantando el alborozo de la gente. Estuve tentado a pedirle un autógrafo, pero al final lo desestimé. Con tan agradable compañía, y haciendo un poco la goma, realizamos la gran horquilla de los kilómetros 6 y parte del 7, entrando en una zona de total oscuridad. De no ser por los policías y voluntarios que nos marcaban con luces el camino a seguir, alguno hubiera acabado con sus huesos en un brazal o se hubiera extraviado.

Solventado un pequeño repecho accedemos al paseo marítimo, interminable, con el ruido de las olas rompiendo a escasos metros de nosotros y con una carrera ya totalmente rota. José sigue corriendo dentro del tiempo marcado, mientras yo, olvidado por fin de la escrupulosa atención que he puesto en la pierna mala, sigo como puedo a los dos compañeros antes citados y voy chocando la mano a los críos que salen a nuestro encuentro. Definitivamente, pienso, el hombre que nos alertó de la dura subida en el kilómetro 8 nos vio cara de pipiolos y nos metió una trola del quince.   

Jose subiendo al faro de Oropesa

Ojalá. Porque la cuesta vino, vaya que sí, primero con unas rampas en zigzag al puro estilo Tourmalet, y después, tras un falso llano en un repecho embaldosado y que, por su pendiente, nos recordó al último tramo de la cuesta de Palomar. Como buenos madridistas, tiramos de épica y rebasamos el notable escollo que se nos planteaba, encarando ya el último kilómetro en loor de multitudes y con el susto en el cuerpo (sobre todo en las piernas).


Y la prensa inmortaliza a Fito

Ya en meta, un buen aperitivo para reponer fuerzas y el lógico comentario de la carrera, del cual hacemos un balance positivo, aunque concluyendo que por la mañanica se corre mucho mejor. En cuanto a los tiempos, José cubrió el recorrido en algo más de 41 minutos y yo lo hice en 57, lejos de mi mejor marca pero satisfecho porque desterré viejos fantasmas que me impedían avanzar. Eso sí, y como suele ser habitual en las grandes citas, perdí la uña del cuarto metacarpiano del pie izquierdo. Hay cosas que nunca cambian. 

         Alfredo Grañena (mundialmente conocido en el mundo del atletismo como Fitin Cacho)